El buitre es una especie que los humanos solemos mirar con recelo, seguramente como resultado de nuestra visión socio-religiosa de la muerte, y quizás sin acabar de comprender la importancia que tiene en la cadena trófica de los ecosistemas.
Desde este punto de vista su función es doble. Por un lado inicia una cadena de alimento, y por lo tanto de supervivencia, de diferentes especies, y con ello colabora activamente en la desaparición de una materia orgánica que acabaría convirtiéndose en un foco de infección y enfermedades.
En los años 60 se inició en España un periodo de gran presión hacia la fauna salvaje, y el buitre en el Pirineo no fue una excepción, reduciéndose drásticamente el número de ejemplares. En el momento actual tres de las cuatro especies autóctonas se encuentran amenazadas. Tan solo el buitre leonado disfruta de una situación razonablemente saludable.
Desde no hace demasiados años nos hemos comenzado a concienciar de la importancia del espacio natural y de la fauna que lo habita, creándose entidades y espacios de conservación como el Espaï Natura Muntanya d’Alinyà, centro que depende de la Fundación Catalunya La Pedrera, y que trabaja en la recuperación de especies como el buitre, el rebeco o el urogallo.
En el área de la montaña de Alinyà pueden llegar a observarse las cuatro especies de buitre de la península ibérica. Buitre leonado, quebrantahuesos, alimoche cuando ha regresado de su retiro invernal africano, y con mucha mucha suerte buitre negro.
Entre otras acciones, el centro lleva a cabo su labor de conservación facilitando alimentación al buitre en épocas de dificultades, favoreciendo así su supervivencia al tiempo que fijando su población al territorio.
Una de las actividades organizadas para los visitantes consiste en pasar un día completo en una cabaña de observación, un día en el que se lleva a cabo una suplementación. El objetivo para el centro es conseguir ingresos adicionales a las subvenciones y donaciones. El objetivo para el visitante es disfrutar de una experiencia única, y también de poderla fotografiar.
Todo comienza a primera hora en el centro de visitas, desde donde los cuidadores te trasladan al aguardo en un una pick-up cargada también con varios bidones llenos de restos de carnicería.
Los visitantes deben entrar en la cabaña al despuntar día y permanecer en ella en silencio hasta el atardecer. Con ello se pretende que los animales no sean conscientes de la presencia humana, desenvolviéndose con libertad y al mismo tiempo sin comprometer la cabaña para futuras visitas.

Los cuidadores deben esperar a que el sol haya despuntado, momento en el que se dan las condiciones para que el buitre inicie su vuelo. Es entonces cuando se comienza a diseminar las piezas de carne.

Apenas se inician los preparativos, el cielo comienza a verse plagado de vuelos en círculo. Resulta evidente que reconocen la situación y saben lo que va a pasar, hasta el extremo que descienden y sobrevuelan la zona a una altura inusitadamente baja, llegando incluso algunos de ellos a posarse en arboles cercanos.

En el momento en el que los cuidadores se acercan a la salida del claro en la montaña, se inicia la locura, y toda una colonia de buitre leonado se abalanza sobre los restos diseminados, presenciando aterrizajes que proceden de todas las direcciones.


Oculto tras un cristal espía fui testigo de una situación de caos absoluto. Seguramente como nunca he presenciado en mi vida.

Los primeros instantes son una auténtica locura y no sabes donde prestar atención. Todos buscan restos, y si no encuentran ninguno se lo intentan arrebatar a otro buitre. Es una carrera por no quedarse sin su parte del festín.




Pero poco a poco los estómagos se llenan y la calma comienza a aparecer bajo el sol invernal.


Justo después de comer no es el mejor momento para volar, y la colonia sigue tranquila. Algunos individuos aprovechan para acabar de saciarse y otros encuentran tiempo para arreglar su plumaje tras el fragor de la batalla.


Todo el espectáculo no duró más de una hora y media. La aparición de un zorro precipitó la huida del grupo pese a tener los estómagos demasiado llenos para volar con comodidad.


Y a partir de ese momento el zorro fue el dueño del territorio durante el resto del día, aunque eso es algo que dejaré para una nueva entrega.

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