La laguna de Jokülsárlón y la playa Diamond Beach son auténticos parques de atracciones fotográficos en Islandia, un país que se ha convertido en un lugar obligatorio para los amantes de la naturaleza en general y de la fotografía en particular.

Uno de los elementos importantes en cualquier viaje es siempre la elección de las fechas. Visitar Islandia en Enero tiene ventajas. Es un momento de temporada baja, con lo que eso comporta en términos de un menor número de visitantes y de precios más ajustados, junto con el hecho de tener más horas de noche para intentar tener suerte con las auroras boreales.
Aunque por otro lado, las pocas horas de luz limitan las actividades, y la probabilidad de mal tiempo en mucho mayor, algo que puede dar al traste con el viaje.
Hay que ser consciente de todo esto antes de elegir viajar a una zona ártica en invierno, aunque si con lo que disfrutas es con los paisajes helados, la decisión está clara.
Este fue un viaje con bastantes enclaves destacables, y en este post me gustaría compartir dos de ellos, la laguna glaciar de Jokülsárlón y su contigua Diamond Beach.

En primer lugar mencionar su ubicación, encontrándose en el sur de la isla, a unas cinco horas en coche de la capital Reykjavik.
Jokülsárlón es una laguna que actúa como desagüe del glaciar Vatnajökull, uno de los mas grandes de Europa, y con salida por el extremo contrario al océano Atlántico.
Del borde del glaciar se descuelgan grandes bloques de hielo que pueden llegar a cubrir casi completamente la laguna.

Los bloques se desplazan muy lentamente hacia el sur, pasando bajo el puente que actúa como frontera con el océano.

Durante todo el recorrido y una vez el mar, los bloques se van fundiendo y acaban por convertirse en pequeñas piezas que la marea deposita en la playa junto a la desembocadura, trasladando la metafórica imagen de una playa plagada de diamantes, y de ahí el nombre de Diamod Beach.

La playa es un entorno dinámico en permanente cambio. La marea mueve los bloques de hielo. El agua crea en su retirada lineas cinéticas que duran apenas un segundo. Las olas traicioneras te mojan los pies, o incluso te tiran al suelo si no estás atento. Puedo dar fe de que ese agua está muy fría.


El momento del atardecer resulta mágico, y debido a la latitud, mucho más prolongado de lo que estamos acostumbrados en la Europa del sur.





Y una vez allí hay que cruzar los dedos para que te acompañe la suerte y la noche se tiña de verde.

Resulta un lugar realmente precioso del que creo que nunca me cansaría. Habrá que intentar volver en algún momento.
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